Descubrí a Cristina Fallarás en las redes por casualidad y lo que me impulsó a seguirla fue que publicaba testimonios anónimos de mujeres que habían sufrido violencia machista.
Desde que ella destapó el caso Errejón todo son conjeturas. Que si eso no es periodismo; que si lo único que busca es lucrarse. ¿Cómo se le puede dar la vuelta a algo de esa manera? ¿Por qué si eres hombre te vas de rositas y si eres mujer acabas en la hoguera? Si callas mal; si hablas peor. O te acusan de puta o te tachan de mojigata.
Por no mencionar el debate político. ¿Un agresor es menos agresor si es de izquierdas? ¡No! Aunque la decepción es mayor, porque cuando escuchas discursos como los de este señor piensas «Menos mal que hay hombres feministas, que defienden la verdadera igualdad».
Al final una no sabe en quién confiar. El tiempo transcurre, inexorable, y a medida que acumulas arrugas y experiencia, disminuye tu esperanza de encontrar un compañero de vida y te reafirmas en la idea de que la única relación sana y auténtica es la que puedes desarrollar contigo misma y nadie más.
Considero importantísimo que las féminas que nunca se atrevieron a denunciar a sus agresores encuentren espacios seguros en los que dar rienda suelta a traumas que algunas arrastran desde la infancia. Porque en numerosas ocasiones sucede que el tipo en cuestión es el padre, el hermano, el tío o el abuelo.
No conozco a ninguna mujer que no haya sufrido jamás vejaciones, maltrato, abuso o como mínimo acoso por parte de un hombre, incluida yo misma. ¿No es lamentable? Tan lamentable como cierto.
Mar Montilla