El hogar

Entrevista con Mercedes Centelles, vecina de la Colònia Bausili

Fotografia de archivo donde aparecen las vecinas de la Colonia Bausili. (Alejandro Flores).

Jesús Martínez

Para los antiguos griegos, la casa, el hogar (oikos), formaba parte de la paideia, es decir, constituía una parte esencial de la educación de los ciudadanos y que estos, así, crecieran libres, cultos y críticos. Para los coetáneos de Sócrates y Platón, la pena capital, la pena máxima, la última pena no tenía nada que ver con la muerte, sino con el destierro. Abandonar tu tierra y a los tuyos, exiliarse con los pies sangrando, pernoctar más allá de los márgenes que te han visto nacer. La banda de los filósofos The Who lo entendió perfectamente, y eso que nacieron en Inglaterra: «Aquí en los campos, yo cultivo mis comidas» (en Baba O’Riley). 

Algo de los viejos griegos permanece en la Colònia Bausili, urbanización obrera encajada en uno de los arcenes del paseo de la Zona Franca, entre Casas Baratas y la estación de servicio Repsol. Construida en 1928 para los empleados de la fábrica textil Tejidos Brugarolas, hoy permanece como una única vía de unos cincuenta metros entre Ulldecona y Cisell. 

Desde 1976 vive aquí, en el bajo cuarta, la vecina Mercedes Centelles (Barcelona, 1944), señora con una vitalidad desbordante, que se quita y se pone el delantal como si este fuera la muleta de Cayetano, con las sortijas de unos ojos que se propagan y el hechizo de una juventud de la que no se desprende. 

«Yo he vivido aquí siempre, casi medio siglo. Antes estuve en Ciutat Cooperativa, en Sant Boi de Llobregat. Yo trabajaba en la maderera Capa, en lo que hoy son los bloques de la Pantera Rosa. Pero me casé y no querían mujeres casadas en plantilla. Esta casita la dejaba una familia y nos vinimos a vivir aquí», explica Mercedes, sentada en la mesa del comedor de un pisito de unos setenta metros cuadrados (con patio), bajo la cariñosa mirada del retrato de su marido ya fallecido, Antonio, fotografía enmarcada y colocada en el centro del aparador. «Le hemos hecho muchas mejoras, no te creas. Levantamos el suelo, y tiramos paredes con humedades. Cada uno ha adaptado la casa a su gusto.»

Por el contrato de renta antigua, Mercedes paga menos de quinientos euros mensuales. La nueva propiedad de este pasaje, la inmobiliaria Global Blue Center, le ha enviado una carta «de desahucio». Antes del 11 de julio tiene que recoger los bártulos y salir. El abogado que le lleva el caso ha recurrido. 

La hija de Mercedes, Lourdes Martínez (Barcelona, 1967), ha vivido los mejores años de su vida en el bajo cuarta. Durante unos años alquiló otra de estas viviendas, pero como ella asegura, la acabaron echando. 

«Primero me hacían contratos de cinco años, y luego fueron contratos de un año, y luego ya no querían que renovara, nos querían fuera», comenta, cargada de bolsas, centrada en los suyos, atenta a cualquier cambio, devaneo o modificación, como si hubiese estudiado un curso acelerado en mecánica cuántica para reelaborar el principio de incertidumbre de Heisenberg. «El fondo buitre [Global Blue Center] nos quiere echar a todos, a la treintena de personas que aquí habemos, repartidas en una veintena de adosados, entre bajos y primeros. Quieren hacer no sé qué, tirarlo todo y construir. El Ajuntament quiere convertir esto en equipamientos. Hemos probado de que se declarase patrimonio urbano [«protecció de patrimoni arquitectònic»], como en el barrio de Plus Ultra, pero nada.»

La hija de Lourdes, la nieta de Mercedes, Lourdes Hidalgo (Barcelona, 1993), también ha vivido un tiempo en la Colònia Bausili. Y también se tuvo que ir.

«Algunos pisos ya están tapiados y otros están ocupados, pero la convivencia es buena. En total, de legales, somos ocho familias», avisa Mercedes. 

«Los concejales nos han dicho que no nos preocupemos, pero no sé…», se alarma Lourdes.

«Aquí nos llevamos todos bien», coinciden.

El vecino del primero 7, José Alarcón (Xendive, Ourense, 1953), se remanga: «De aquí no nos echarán». José intenta recopilar datos de aquí y de allá para resistir lo máximo posible, y que la colonia no se degrade: «El bajos 7 está abandonado, pero oigo ruido a veces, creo que son las ratas».  

Una corrala. Una calle sin coches y con niños. Una piscina hinchable para refrescar los pies. Una mirada al pasado industrial que nadie quiere recordar. 

«¿Que no nos echarán?… Dios te oiga.»

«Let’s get together / before we get much older.»

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