Quería tocar este tema desde tiempo atrás, pero cada vez que buscaba información se me revolvían las tripas. No imagino mayor crueldad que la de matar a una criatura inocente con el fin de hacer daño a otra persona.
Elisa y Larisa eran hermanas y tenían dos y cuatro años cuando su propio padre les arrebató el derecho a vivir, durante un fin de semana en el que les tocaba estar con él, por órdenes de un juez. Usó un pesticida para envenenarlas y luego se suicidó.
A Ayax, de cinco años, su progenitor le asestó más puñaladas de las que cabían en su diminuto cuerpo, casi tantas como a la madre. Ella se salvó; el niño no. El monstruo fue detenido horas después mientras deambulaba por las calles.
Hiba y Adam, de tres y nueve años, fueron encontrados junto a su madre dentro de un baúl, sin vida, pese a estar bajo la protección de VioGén. Sí, el sistema a veces falla, por desgracia.
Cristian contaba con tan solo dos años cuando la pareja de su madre le propinó tal paliza que le provocó la muerte. Su gemelo también fue agredido, pero sobrevivió.
Son solo algunos ejemplos, pero hay más.
Necesito creer que los hombres que cometen tales atrocidades son enfermos cuyas acciones se escapan al raciocinio, porque de no ser así su depravación alcanza límites espeluznantes.
Hay que dejar de normalizar el odio y la violencia. El miedo no es amor; coartar la libertad del otro no es amor; imponer por la fuerza no es amor. Hay que enseñar/aprender a reconocer las conductas inapropiadas, a poner límites a los demás y a nosotros mismos.
Hay que educar para el respeto y la tolerancia.
Mar Montilla