Deberían inventar un antídoto contra el odio. Yo misma lo haría si supiera cómo. Un antídoto que se pudiera esparcir por el aire de forma que nada ni nadie se librase de sus efectos. Porque la humanidad está enferma de odio y el odio es un veneno que se propaga como un virus letal. Es la única explicación lógica que se me ocurre para entender las aberraciones que se perpetran.
En un mundo sin odio nadie prendería fuego a una habitación en la que duermen cuatro mujeres. Tres de ellas han fallecido. ¿Por qué? Por ser lesbianas.
En un mundo sin odio nadie la emprendería a insultos, patadas y golpes con una adolescente de trece años. La dejaron inconsciente. ¿Por qué? Por ser una chica trans.
En un mundo sin odio nadie agrediría a un muchacho, gritándole lindezas como «qué asco das». Le propinaron puñetazos en la cara y en la cabeza, entre risas y mofas. ¿Por qué? Por ser un chico trans.
El respeto a los gais, a las lesbianas, a las personas bisexuales, a las trans, a las de género no-binario, a las intersexuales, a las asexuales y a las queer sería real y no utópico.
Se emplearía el lenguaje inclusivo con naturalidad, sin burlas innecesarias, y se haría un uso correcto de los pronombres.
No se mancharía el nombre de Federico García Lorca para ensalzar ese baño de sangre que es la tauromaquia. Sí, era taurino, pero «le dieron el paseíllo» por maricón, y los que lo hicieron pertenecen al mismo sector facha que los que aplauden por ver cómo torturan a un animal hasta la muerte, aunque jamás han movido un dedo para recuperar el cuerpo del poeta.
Mar Montilla