RETAHÍLAS: Siniestras

Portada de la pel·lícula 'Las chicas de Manson', de Mary Harron.

Mar Montilla

Hoy voy a ser malota y a otorgar el protagonismo a unas mujeres asesinas. ¿Por qué? Porque me gusta analizar los hechos desde diferentes prismas, sobre todo cuando el componente psicológico es tan complejo como en este caso, que despertó mi curiosidad tras ver una película basada en el mismo. Me refiero a Las chicas Manson. En los años 60, en California, Charles Manson fue el líder de una secta con apariencia de comuna hippy que atraía a jovencitas desarraigadas que no sabían qué hacer con sus vidas. Las más famosas fueron Leslie Van Houten, Patricia Krenwinkel y Susan Atkins, condenadas a cadena perpetua con apenas veinte años. Cuando miro las fotos reales de estas muchachas durante los juicios, veo unos rostros serenos, angelicales, y no puedo sentir más que compasión. Habían sido sometidas a un lavado de cerebro tan brutal que obedecieron a su amo con una fe ciega. Las condenó un juez, pero el mundo también. Los crímenes que cometieron, instigadas por Manson, fueron espeluznantes, pero lo hicieron convencidas de que hacían lo correcto. Hasta creían que en el nuevo amanecer de los días les crecerían alas y se convertirían en hadas. Susan murió de cáncer y las otras dos siguen encarceladas. La única persona que las vio como víctimas y no como monstruos fue Karlene Faith, una trabajadora social a la que se le encomendó la difícil tarea de desenmascarar la figura de Charlie ante ellas y hacerles comprender el alcance de sus actos. Susan y Patricia jamás dejaron de ver a Charlie como un Dios. Solo Leslie aceptó la realidad y se convirtió en una presa modelo.

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