RETAHÍLAS
Mar Montilla
Leí en un artículo que un porcentaje nada despreciable de mujeres con niños de corta edad se cuestiona la decisión que tomó de ser madre. Vamos, que no todas somos unas súper madrazas, dispuestas a repetir la experiencia de la maternidad, que tan maravillosa y enriquecedora dicen que es. Me pregunto por qué se da por hecho que género femenino e instinto maternal van de la mano. Las de mi generación que no trajeron hijos al mundo, por voluntad propia, se enfrentaron al prejuicio social. Y me consta que esa presión la sufren también, a día de hoy, las féminas de treinta y tantos. Sigue resultando casi utópico conciliar la vida familiar con la laboral. Yo soy madre, y adoro a mi hijo, sin embargo, no he olvidado lo duro que fue. Para empezar, en cuanto se supo en el trabajo que estaba embarazada, me despidieron. Aquel no era el empleo de mis sueños, ni mucho menos, aun así, el impacto emocional que me provocó fue brutal. Cuando nació la criatura —que no trajo un pan debajo del brazo—, la mujer que había en mí quedó absorbida por la madre desgreñada y patosa en la que me convertí. No tenía ni idea de qué hacer con ese bultito llorón que exprimía hasta la última gota de mi energía, dejándome exhausta las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. ¡Y eso que contaba con la ayuda de mis padres! No conseguí un nuevo empleo hasta que cumplió ocho meses. Nada ni nadie te prepara para semejante impacto. Dejas de existir. El bebé lo eclipsa todo. Se nos muestra una imagen idílica de ser madre que no se acerca, ni de lejos, a la realidad.
MAR MONTILLA