Me gusta abril. Y no solo porque mi hija vino al mundo un 14 de abril, y ese mismo día, décadas antes, nació en España una república cuya vida fue tan breve como intensa —os lo cuento en mi última novela, que está a punto de salir del horno, no os la perdáis—, sino también porque hablar de abril es hablar de Sant Jordi.
Tengo la suerte de haber vivido la Diada de Sant Jordi en ambos lados, como escritora y como lectora. Como escritora, es maravilloso que alguien venga a pedirte que le firmes tu libro, y te haga saber que tu historia le hizo meterse en la piel de esa protagonista creada por ti y olvidar sus problemas; o te comente que después de leer tu descripción del desierto de Merzouga decidió viajar a Marruecos; o te diga que espera impaciente tu próxima novela. Como lectora, disponer de la oportunidad de acercarte a escritoras de la talla de Care Santos y comprobar que son de carne y hueso, es un privilegio.
A Care Santos la sigo y admiro casi desde sus inicios. Autora de obras como Desig de xocolata (Premi Ramon LLull 2014) o Media vida (Premio Nadal 2017) es una entusiasta de Sant Jordi, y contagia su pasión con rituales tan simpáticos como usar plumas estilográficas de diferentes estilos y colores para plasmar una bonita dedicatoria no solo en el ejemplar que tú adquieres y le pides que te firme, sino en varios libros suyos que esparce por toda la ciudad, en lugares estratégicos. ¿Te imaginas ir paseando por tu barrio y encontrar un libro de Care Santos en el banco de una plaza? ¡Qué lujo! Esa es la magia de Sant Jordi.
MAR MONTILLA
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