Jesús Martínez
Internet es el baúl de la Piquer.
En todocoleccion.com («Antigüedades, arte, libros y coleccionismo»): «Programa oficial de las carreras de caballos que se celebrarán en el hipódromo de Casa Antúnez de Barcelona».
Documento del año de la Quica sobre el hipódromo de Casa Antúnez que cuesta 20 euros y que incluye las cuantías de los premios para las carreras con «caballos enteros castrados y yeguas de media sangre […] de cuatro años en adelante».
En IberLibro.com («Encuentre un tesoro de libros») se puede comprar Relat d’una experiència, del líder vecinal Elies Ortiz, que habla del hipódromo: «En acabar l’espectacle, travessàvem la pista per arribar a la tribuna, pujàvem els esglaons i ens assèiem a les cadires on havien estat assegudes les senyores elegants, les personalitats, per veure si havien deixat algun bombó o alguns cigars habans perduts entre les butaques».
Del hipódromo de Casa Antúnez o Can Tunis (1883-1934) no queda nada. De la misma manera que desaparecieron sus pistas desapareció el barrio en el que se instaló. Se lo tragó el mar, lo que para Barcelona es lo mismo que decir que se lo tragó el puerto.
En el libro Un país llamado Zona Franca, el vecino Francisco Navarro dice: «En la playa de Casa Antúnez aprendí a nadar. Y recuerdo los restos del hipódromo, las ruinas. A las carreras venía la gente pudiente de la ciudad, a primeros del siglo xx».
La madre de este reportero recuerda a una señora muy muy mayor que cuando era muy muy joven iba con la familia a las carreras. Como en las carreras de caballos de Ascot, en Inglaterra, la realeza y la pompa se daban cita los domingos por la mañana en un acto de exclusividad social.
Hoy, ni las ruinas quedan.
Viaje al centro del hipódromo
El novelista Julio Verne habría previsto una segunda parte de Viaje al centro de la tierra con nuevas aventuras para el viejo profesor de mineralogía Lidenbrock. Así, las cristalizaciones romboédricas, las resinas retinasfaltas, las gelemitas, las fangasitas, los molibdatos de plomo, los tungstatos de manganeso y los titoniatos de circona de la obra de Verne podrían ser sustituidas por estos elementos de la superficie: adossats, bocanes, dics, dàrsenes, creuers, terminals, granels, càrrega multipropòsit, ferrys, serveis flotants, suministres navals, salvament, punt d’inspecció fronterer, oficines proveedores, dipòsits…
Repartidos por sus calles, muros de ecocontenedores de las firmas Yang Ming, Seaco, Triton, Zim, E. N. Madeirense, Cosco, Tex, APL, CMA CGM, MSC, UASC, Hapag-Lloyd… Las grúas Hyster los mueven como si fueran piezas de Lego. Advertencia: «Prohibido bajar de la cabina del vehículo excepto para extender o contraer la plataforma». Es toda una peripecia adentrarse en las instalaciones portuarias.
Al final del paseo de la Zona Franca, la aduana de la policía, en una garita con cámaras de vigilancia Hikvision y barreras de control de acceso para vehículos. Indicaciones para ir al Edifici Remolcadors, a Capitania Marítima, al Edifici TIR, a los sectores 5 a 1, a Bcn Container… Y este cartel: «Prohibit pescar a tot el port».
Una vez dentro del puerto, a la derecha, el Moll del Príncep d’Espanya, inaugurado el 29 de noviembre de 1972 por el rey emérito, Juan Carlos de Borbón. Aquí, junto a la Dàrsena Sud, se encuentra la sede central del grupo logístico Mestre (J. Mestre, S. A.), en un perímetro vallado por cercados metálicos Rivisa. Aquí, en este punto exacto, hace un siglo, se podía ver correr a verdaderos purasangre por una pista de un kilómetro de largo. Hoy, solo se ven camiones Audi para cargar contenedores, montañas de chatarra que trituran las máquinas hidráulicas y paneles indicativos: «Raíles longitudinales. Peligro deslizamiento motocicletas».
Grandes gaviotas graznan como señoras del lugar, ajenas al ruido de los conductos de aire acondicionado Fujitsu y del puesto de control de la Guardia Civil.
Principios del siglo XX
En el maravilloso libro Imatges retrospectives de La Marina, del historiador local Julio Baños, se incluye un mapa facsímil de los barrios de La Marina-Zona Franca en los años treinta. Las masías ocupaban los terrenos de los que la industria pesada se apropió.
«…es podia veure als camps gran quantitat d’homes i dones collint melons, síndries, patates, bledes, enciams, etc., i carregant-los als carros, tot ben disposat, per portar-los de bon matí al Born de Barcelona», escribe Julio Baños.
En el mapa se puede distinguir el recinto hípico rodeado por el barrio de la colonia Canti, Cal Sangoneres, Cal Magí y la caserna de carabineros. Una reseña en la prensa de 1887 da cuenta de la inauguración: «Detrás de Montjuïc, cerca de la playa de mar. Lo construyó una compañía francesa de carreras de caballos, apoyada por el fomento de la cría caballar…».
En la pista, con tribunas para una capacidad de unos dos mil espectadores, también se realizaban vuelos de aeroplanos. El 11 de febrero de 1910, el piloto francés Julien Mamet se subió al monoplano Blériot XI para realizar el primer vuelo en España.
Del Diario de Barcelona: «El día 10 de febrero de 1910 llegó a esta ciudad el primer aeroplano habido en España y, al día siguiente, ante un regular número de individuos, se efectuaron las pruebas del mismo, siendo este el primer vuelo visto en el país». Las fotos de la efeméride, tomadas por Enrique Barrie, se pueden contemplar en Barcelona desapareguda, de Giacomo Alessandro (Ajuntament de Barcelona, 2017).
Un año después, en 1911, volaría una mujer.
El narco
En la película El golpe (George Roy Hill, 1973), los tunantes se la juegan al mafioso de Chicago Doyle Lonnegan. Los buscavidas Johnny Hooker (Robert Redford) y Henry Shaw Gondorff (Paul Newman) montaron una casa ilegal de apuestas de carreras de caballos. El hampa y los caballos.
En los terrenos del antiguo hipódromo de Can Tunis se construyó el Edifici Mestre, en el Moll del Príncep d’Espanya, dedicado al transporte de mercancías. El exdirector general, José Mestre, ha sido condenado por narcotráfico.