Jesús Martínez
Camino del cielo, hacemos parada para repostar.
En la Divina Comedia, Dante Alighieri, enamorado de Beatriz, concebía el amor como muerte. La donna gentile (amada) y la bella donna (veneno) representan las dos caras de la misma mujer.
Situado geográficamente justo debajo de la ciudad de Jerusalén, en el Infierno se purgan las penas. Seres precitos, condenados. Dibujado, el infierno es un cono en cuya punta se yergue Lucifer, que, según el poeta del stil nuevo, no correspondía al número 666, sino al 515.
Dante quería escapar de la muerte y ascender a la vida, el Paraíso, el empíreo o el Reino de Dios. Por eso, para él, el amor también es vida.
Vida y muerte van indisolublemente de la mano.
Lo sabe bien el vecino y sepulturero Julio Carrasco (Barcelona, 1973), otro poeta de escritura dorada, compañero de Ramon Elies Hernández (ver La Marina, noviembre del 2021).
Desde 1993, Julio Carrasco trabaja como sepulturero en los nueve cementerios de Barcelona, incluido el de Montjuïc
Vida
De abuelos que procedían de la localidad almeriense de Cuevas del Almanzora, Julio Carrasco nació en la calle Ancha, oficialmente calle Negrell, en el barrio de Port. «La llamábamos calle Ancha porque era muy pequeña», alardea, rojo y negro, profeta de las cosas sencillas, rumboso.
La vida en la riba.
Con los amigos, jugaban en los sótanos de los edificios de Can Farrero, que antes de convertirse en garajes estaban siempre anegados, empantanados.
«Nos fabricábamos balsas de madera y navegábamos como si fuéramos piratas», dice, y la comparación no es baladí: «Allí, en esos escondrijos, los ladrones guardaban su botín: motocicletas, aparatos tecnológicos, ropa robada… Las ratas eran más grandes que los gatos».
Vida de caramillo y zambra.
«Mi familia tenía un huerto enfrente de la empresa Santiveri», evoca, y resplandece al hacerlo: «Los chavales nos comprábamos las bambas en una zapatería pequeña de Santa Eulàlia, en L’Hospitalet de Llobregat. Allí me hice con mis primeras Nike Río».
La vida cautiva.
La vida presente.
La vida empreñada.
«Jugábamos al fútbol en el Fossar de la Pedrera, donde están los huesos de muchos brigadistas internacionales y el mausoleo del presidente de la Generalitat Lluís Companys.»
El escritor Francesc Candel cuenta que, en los años treinta, las familias iban de pícnic, todos los domingos, al cementerio del Sud-Oest.
La vida adunada.
«Yo he vivido en el Port, en Alts Forns y en la Seat, y fui al colegio de Can Clos, así que me conozco La Marina, de gente muy humilde. Pero cada vez más todo está cambiando», exhala, y contesta sin pensarlo mucho:
Reportero Jesús.—¿Qué es la vida?
Julio Carrasco.—Un tránsito hacia no sé dónde. Quizá sea el Purgatorio la vida.
Efectivamente: en la Divina Comedia, el Purgatorio es la Tierra.
Caduceo. Magrura. Alpestre.
“Sé que no existe el infierno, y si existe, allí se lo han de pasar pipa”
Muerte
R. J.—¿Qué es la muerte?
J. C.—Es un paso más hacia donde tengamos que ir si es que tenemos que ir a algún lado. Me sorprende que al nacer se sienta alegría y con la muerte, tristeza. Si has vivido y has disfrutado, ¿qué más quieres? No hay que tenerle miedo a la muerte.
Desde 1993, Julio Carrasco trabaja como sepulturero en los nueve cementerios de Barcelona, incluido el de Montjuïc, que conoce como la palma de la mano.
De la lápida de un famosillo: «Sí, la conozco, se encuentra en el departamento uve de las tumbas hebreas, en la vía San Josep, entrada segunda…».
Su padre ya ejercía este oficio.
La muerte dilacerada.
Aporta este dato: entre el 2008 y el 2015 enterró a muchos padres de compañeros de Zona Franca.
«No sé qué pasó, supongo que se hicieron viejos y mi generación despidió a la que le precedió. La cuestión es que me topé con amigos y conocidos de La Marina y me decían: “Mira que vernos aquí”. Y les dabas el pésame», acaricia sus recuerdos.
La muerte bruna, fusca, tralla.
«Decía que todo ha cambiado porque ahora en los entierros de los seres queridos puedes ver a gente consultando los wazaps en el teléfono móvil, vestidos con pantalón corto amarillo chillón y calzando unas chanclas. No se vela el cadáver en el tanatorio, solo unas horas por la tarde. Pero ya no molesta. Tampoco existe el duelo. Y el traspaso se convierte en un frío trámite», aduce, con el corazón afectado. «Aunque se nota las clases sociales. Los muertos de la zona alta vienen con un séquito de pocas personas, muy educadas y muy silenciosas. Los muertos de las zonas humildes vienen con mucha prole y hacen mucho ruido, aun mostrando sus respetos.»
También existen los cadáveres no identificados, los de la cola de la sociedad (indigentes, inmigrantes indocumentados). Se depositarán en fosas numeradas, en el sexto piso de una sepultura con número de registro. Algo así: «Aquí yace difunto varón con número 6578».
La muerte superna, nefanda y aquilina.
Para Julio Carrasco, los ataúdes son cajas.
Y las anécdotas son bonitas, no son lamentos.
Por ejemplo:
«Una vez, murió un matrimonio muy mayor, llevaban toda la vida juntos. Les gustaba ir a bailar. La familia me pidió si podíamos juntar las cajas, que estaban separadas una de otra un metro o así. Y las juntamos, y se hizo sonar la canción En un rincón del alma, de Alberto Cortez. Ahora estarán bailando allá arriba».
El enterrador tiene que hacer frente a los jóvenes góticos, que visten con trajes de cóctel negro, con metales y calaveras
Por ejemplo:
«Hace más de veinte años falleció un jugador del Barça muy conocido. Su querida, despampanante, iba cada semana a dejarle flores. Y luego venía la esposa, que tiraba al suelo estas flores y colocaba las suyas. Y así estuvieron meses y meses…».
Por ejemplo:
«Yo tenía 23 años y me tocó el entierro de un chaval joven. Justo había acabado la carrera de Medicina y la palmó. En el nicho depositaron una corona de flores: “De tus compañeros del Mir [médico interno residente]”. La familia, destrozada, lloraba a lágrima viva. Me impactó. Podía haber sido yo. A partir de entonces, abrí los ojos. Ya no discuto por gilipolleces. Les digo a todos: “Has de aprovechar la vida sin hacer daño a los demás”. No dejes para mañana ir a comerte la paella. Mañana puede que sea tarde».
La muerte enviscada.
La muerte volitada.
La muerte adamada.
Por otro lado, ahora, el enterrador de La Marina Julio Carrasco tiene que hacer frente a los jóvenes góticos, que visten con trajes de cóctel negro, con metales y calaveras.
«Alguna lleva incluso tanga y se pasea por el cementerio como si estuviese en un pub.»
No es serio este cementerio, de Mecano: «Y los muertos aquí lo pasamos muy bien / entre flores de colores…».
Vida y muerte.
Todo y nada.
Nada y todo.
«Sé que no existe el infierno, y si existe, allí se lo han de pasar pipa.»
En el perfil de WhatsApp de Julio, el cómico Groucho Marx fumándose un habano.