Siempre intuí que existía una gran variedad de gustos en cuanto a orientación sexual e identidad de género se refiere, y lo acepté con naturalidad, pese a la recatada educación recibida. ¿Acaso no son las diferencias las que nos enriquecen?
Mucho ha llovido desde la madrugada de aquel 28 de junio de 1969, cuando un puñado de travestis y homosexuales —liderados por Sylvia Rivera y Marsha P. Johnsons— le plantó cara a la policía durante una de las múltiples redadas que sufría en el Stonewall, bar en el que se reunía. Aquello sucedió en Nueva York. Sin embargo, la primera vez que una organización clandestina convocó en la península una manifestación similar fue en Barcelona, el 26 de junio de 1977. Se trataba del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), tuvo lugar en las Ramblas, y a pesar de la inevitable intervención de los grises, el acto fue un éxito. Como también lo fue que el 17 de mayo de 1990 se excluyera la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Ha habido grandes avances, sin duda, pero no los suficientes. El registro de delitos de odio sigue aumentando, y eso que no todos los casos de agresión —física o verbal— se denuncian. Me pregunto cuándo abrirá el mundo entero su mente y aplicará aquello de «vive y deja vivir». Y es que donde unos ven imágenes en blanco y negro otros aprecian una amplia gama de tonos formando un arcoíris infinito. Me enorgullezco de pertenecer al segundo grupo. Amo la diversidad y apoyo el movimiento LGBTIQ+.
Lo digo con orgullo y con ganas de seguir luchando.
MAR MONTILLA