Cuaderno de quejas

Entrevista con el vecino de El Polvorí Pedro Sánchez

«Me impresionó el barrio de El Polvorí, por lo inaccesible, con servicios precarios y deficientes.»

Esto lo dijo la arquitecta del parque Can Sabaté, Imma Jansana, esa mujer de verso en pecho.

Da fe de ello el vecino de El Polvorí Pedro Sánchez (Barcelona, 1946), que no tiene nada que ver con el jefe del Ejecutivo español, Pedro Sánchez.

«Siempre hay cachondeo con mi nombre. Hace poco me operaron del menisco y en el quirófano estaban de broma. Que si me tenían que poner la alfombra roja y esas cosas», carcajea Pedro, con un aire al boxeador Pedro Carrasco, de espaldas anchas y bregado en los infortunios.

El Pedro Sánchez de La Marina ha presentado su cuaderno de quejas a los representantes del Districte de Sants-Montjuïc: «Queremos que el autobús de la línea 23 [Plaça Espanya-Parc Logístic] tenga una parada delante de la entrada del Club Natació Montjuïc, en la calle Segura. Y queremos un pipicán y que se mejoren los jardines. Y colocar vados en la carretera para evitar que los coches bajen a toda velocidad».

A estas peticiones factibles y sensatas se le suma otra: la reforma de la edificación del polvorín de la guerra de Sucesión, del siglo XVIII, sede de la Associació de Veïns: «Se cae a cachos, está a punto de desmoronarse. Es una pena».

Al parecer, nadie le hace caso, ni a él ni a los anteriores líderes vecinales.

«Aquí no ha venido nunca la alcaldesa [Ada Colau], ni se la espera…»

No hay más sordo que el que no quiere oír.

Para más inri, y no es un juego de palabras, Pedro Sánchez ha perdido audición de los dos oídos.

«Tiempo después de haberme jubilado, hará unos cuatro o cinco años, noté que había perdido algo de oído. Me hice pruebas y, en efecto, me tuvieron que poner dos audífonos. Los aparatos cuestan unos dos mil euros, y con mi magra pensión pues tuve que pedir prestado el dinero…», explica, enredado en el papeleo al que le sometieron. «Yo creía que esto lo cubría la Seguridad Social, pero resulta que en la oficina de Benestar Social [Afers Socials i Famílies, en la calle Mineria, 8] me informaron de que no era así, y que para obtener una bonificación debía contar con un informe de minusvalía antes de haber cumplido los 65 años.»

Para entendernos, le marearon con ese lenguaje técnico oscurantista que debería estar penado, y que usa el poder en cualesquiera de sus manifestaciones (políticos, jueces, banqueros…). Ya lo denunció la activista Clara Valverde en su libro No nos lo creemos. Lectura crítica del lenguaje neoliberal (2013): «Las palabras no son neutras: sirven para hacer algo al que las escucha».

Por ejemplo, en la oficina de la Generalitat de Catalunya, a Pedro Sánchez le podrían haber dicho que necesitaba un informe de minusvalía para que le otorgaran la subvención PUC, o bien le podrían haber dicho lo contrario: que necesitaba la subvención PUC para que le reconocieran la minusvalía.

Tanto da, porque él se habría quedado igual, sin saber qué carajo le piden.

Ya se sabe, y cito a Clara Valverde: si se desea negar algo, y justificarlo sin hacer mucho ruido, mejor dejarlo caer de manera ininteligible. Así todo quedará en un mar de dudas.

«Yo lo que quiero es que se me abone algo, porque no me sobra el dinero», dice sin subterfugios el pensionista de El Polvorí.

Una protesta más que sumar a las anteriores en el cuaderno de quejas.

«Toda la vida cotizando para que luego no valga para nada.»

La vida laboral de Pedro Sánchez se extiende por los contornos del barrio de Sants: pastelero en La Gloria, en La Bordeta, comercio que ya no existe; cajista en una imprenta en la Gran Via de les Corts Catalanes, negocio que tampoco existe ya; platero en L’Hospitalet de Llobregat, oficio casi desaparecido…

Se jubiló como protésico dental.

Entremedias, se casó. Tuvo dos hijos, Jordi (1973) y Míriam (1982).

Y progresó:

De pequeño, vivía en el bajo de la calle Vilamarí, 80, bloque del que su madre era portera. Tenía 30 m2.

Luego la familia se trasladó al antiguo edificio con aluminosis de El Polvorí, en la calle Yecla, 165. Tenía 32 m2.

Y ahora vive en el pasaje del Llobregat, en un piso de 70 m2.

En el fondo, muy en el fondo, la vida ha mejorado mucho.

Jesús Martínez

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