Siempre he sentido una ternura especial por las mujeres trans. Me enteré de su existencia cuando vi a Bibiana Fernández en la tele por primera vez. Intuí que detrás de su apariencia atrevida se ocultaba una gran carga de dolor emocional. Un primo mío de Málaga que había ido al colegio con ella nos contaba entre risas —como quien presume de una hazaña— las burlas crueles de las que era víctima por parte de sus compañeros.
Cómo iba a imaginar que dos décadas después mi propia hija sufriría bullying escolar por idénticos motivos. La insultaban por su condición sexual incluso antes de tener edad para cuestionarse su orientación o su identidad. Aun así, es de las afortunadas.
No ha soportado el rechazo familiar que padeció La Veneno. Ni las humillaciones a las que se enfrentaron Loren, Eva, Nacha, Josette, Renée o Tamara, protagonistas de la película de Antonio Giménez-Rico Vestida de azul (1983), en la que se basa el libro de Valeria Vegas Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la transición española (2019).
Sería bonito añadir ahora: «Menos mal que los tiempos cambian y la sociedad avanza». Bonito pero irreal.
Sara Millerey, mujer trans de treinta y dos años, fue asesinada en Colombia hace apenas un mes, con tal brutalidad que no parece propia de seres humanos. Los delitos de odio aumentan en el mundo entero y a mí se me revuelven las tripas. Soy persona, pero por encima de todo madre.
Que el Orgullo LGBTIQA+ no se quede en montar fiestas, ondear banderas y lucir lentejuelas. Que sirva para remover conciencias.
Mar Montilla