Si volviera a ser niña escribiría una larga carta dirigida a Papa Noel, los Reyes Magos, San Nicolás, Santa Claus, las hadas, los elfos o cualquier otro personaje mágico que se atreva a arreglar los entuertos que están abocando a la Tierra al apocalipsis.
Y es que algunas mañanas me vienen a la cabeza aquellas sabias palabras de Mafalda: «Cuesta bajar al mundo» y me lo pienso dos veces, antes de salir de la cama. Una se deprime si ve las noticias y si no las ve. Hay una insatisfacción generalizada, una infelicidad contagiosa que incita a la especie humana al mal humor, al egoísmo, a la mezquindad.
Empieza en lo más cercano y se extiende a lo más lejano. Odio donde debería reinar el amor. Falta de respeto donde debería abundar la ternura, la compasión. Si las personas son incapaces de entenderse en el núcleo que conforma una pareja, una familia, una comunidad de vecinos o una escuela ¿cómo van a comprenderse y tolerarse a mayor escala? Si el cambio climático provoca meses de sequía seguidos de lluvias torrenciales que a su vez desencadenan auténticas catástrofes, los más afortunados hacemos la vista gorda y encendemos un millón de lucecitas navideñas, mientras los que perdieron sus casas, sus coches y —a lo peor— a sus seres queridos tratan de reconstruir sus vidas.
Un consumismo exacerbado es lo único que parece motivarnos, aunque medio planeta sigue en guerra y miles de criaturas no solo no esperan regalos debajo de un árbol, sino que ni siquiera disponen de los recursos imprescindibles para sobrevivir.
Adelante, 2025. ¿Te atreves a romper la maldición?
Mar Montilla