CHRIS EL-BAHR
El pasado mes de diciembre se aprobó, tras años de lucha, una ley para las personas trans y LGTBIQA+ en España. Se trata de un logro histórico tratándose de un país en el que, a nivel político-social, puede notarse aún una sociedad rancia y cerrada, herencia de los cuarenta años de dictadura que aún acarreamos; un país en el que se sigue ejerciendo violencia institucional y social contra el colectivo. Entonces, siendo este el contexto, tener una ley que nos «proteja» y «tenga en cuenta» es algo que deberíamos celebrar por todo lo alto. Pero no es del todo el caso —de ahí las anteriores comillas—.
Esta ley está únicamente dirigida a una pequeña parte de la comunidad e incluso en esas propuestas falla.
Solo contempla a las personas binarias, dejando fuera a una gran parte del paraguas trans+; de igual forma excluye a les niñes de menos de 12 años, impidiéndoles su autodeterminación de género; la Seguridad Social seguirá sin cubrir los costes de los tratamientos afirmativos de género; deja fuera a las personas migrantes cuyos países no permitan el cambio registral o bien las que estén en situación irregular; no asegura una eficaz persecución contra las «terapias de conversión»; tampoco condena las agresiones cometidas por menores, lo que significa que estes no serán sancionades; no condena el odio y discriminación difundido a través de las redes; y, aunque se abanderan de haber prohibido la mutilación genital en niñes intersex tras su nacimiento, se sigue obligando a asignarles un marcador de sexo en el Registro Civil.
Estos son algunos de los motivos por los que, para algunas personas, la aprobación de esta ley no ha sido una celebración de victoria, sino un paso más en la lucha que no dejaremos de batallar hasta que no consigamos una inclusión completa para todo el colectivo.
Os invito a que volváis a leer con atención todo lo que esta ley excluye, pues es inhumano. No abarca ni un 10% de lo que necesita nuestro colectivo. Si me baso en mi propia existencia, no considero tener una historia de vida demasiado diferente a la mayoría de personas queer. Siendo así, me he visto afectada por cuatro de esos ocho puntos nombrados. Entonces, ya no estamos hablando de la exclusión de una minoría.
Es una vergüenza que como persona no binarie haya tenido que optar por cambiar mi género en mi documentación a «femenino» para poder sentirme más cómoda; es de una violencia extrema haber sido víctima de agresiones cometidas por menores y ver cómo ni se les juzga ni sanciona, mientras a ti se te persigue con amenaza de multa si no vas a declarar; es descarado que para menguar mi disforia —creada por la sociedad— haya tenido que desembolsar varios miles de euros en cada pecho… y un largo etcétera de situaciones e indignación.
Pero, al fin y al cabo, en este mundo solo importan aquelles que encajan en su cisheteronorma euroblanca y binaria. Tal vez logremos ganar esta batalla cuando el resto del mundo se dé cuenta de que nuestras vidas, las de los márgenes, valen más muertas.