Entrevista con Victoria Bonet, hija del arquitecto de Estrellas Altas
Jesús Martínez
Un rosal sin espinas o un cactus helado y largo o un candelabro de un solo brazo. La escultura más dolida y austera, más quijotesca y sensual, más expresiva y militante del artista Alberto Sánchez se llama así: El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella.
Alberto la modeló para el Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937, que aulló contra la guerra que entonces partía en dos el suelo ibérico. De más de doce metros, la maqueta se puede admirar delante de la puerta del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid.
A Alberto Sánchez le conoció el arquitecto Antonio Bonet (Barcelona, 1913-1989). Quizá la forma de esa estrella de cinco puntas de El pueblo español… la tomó prestada para luego proyectar el barrio obrero de Estrellas Altas (1965-1980), en La Marina.
La única hija de Antonio Bonet, Victoria (San Sebastián, 1956), que actualmente reside en El Vendrell (Tarragona), sabe que su padre jugaba con la geometría. Le recuerda con cariño, y sentado frente al flexo, dibujando: «Estuvo muchos años esbozando Estrellas Altas [a menudo ella utiliza el nombre de Torres Altas], y tuvo varios encontronazos con la propiedad acerca del revestimiento, porque ellos tenían una idea y mi padre, otra. Le dolían estas cosas, porque le cambiaron cuantiosas veces los planos. Claro, estábamos en la época de los pelotazos y el Desarrollismo. Se fue de Zona Franca a disgusto», descarga Victoria, con una voz metropolitana, metálica y de sierra blanca. «Antonio era arquitecto desde que se levantaba hasta que se acostaba. No era postureo, sino oficio vocacional.»
Estrellas Altas
Una docena de bloques de más de cien metros de altura, de 17 plantas, con ocho puertas por rellano y cuatro ascensores. En un inicio, Estrellas Altas debía de poseer todo lo que enriquece a una colectividad: espacios libres y vitales con amplias zonas verdes. Pero los promotores de Estructuras y Cimientos Insulares S. A. exigieron abaratar costes y aumentar los beneficios y por eso juntaron los edificios unos con otros. A Antonio Bonet le sucedió lo mismo que al ingeniero Ildefons Cerdà en el trazado de l’Eixample: las áreas ajardinadas y de uso común se acabaron esfumando.
Las torres finales no cumplieron los parámetros que el padre de Victoria tenía en la cabeza. Entre bloque y bloque, debía de haber separaciones más holgadas, de centenares de metros, no como ahora, que se asemeja más a una megaurbe como Shanghái.
«Se llevó un palo porque se hizo como él no quería. Le faltaba la veracidad que le puso al inicio. Se faltó a la palabra dada. Si ves fotos antiguas de los diseños te darás cuenta de esto. Sobre los descampados se especificaba: “aquí irá un palacio de deportes, aquí un centro cultural, aquí un supermercado”… No se cumplió. Tal cual le pasó en el Conjunto Hexagonal de La Manga del Mar Menor [Murcia, 1961]. Se fue de allí y no firmó nada más con ellos.»
Victoria visitaba la obra los domingos, con su padre. «Para que aprendas», le decía él. Y Victoria aprendía: hacer lo bueno y evitar lo malo.
Se queda con lo positivo, con lo que su padre, Antonio Bonet, pudo llevar a buen puerto en Estrellas Altas: «La estructura de la fachada se mantuvo como él deseaba, cada una de ellas distinta y con una estética determinada. Ingenió un sistema para cementar las baldosas de otra manera. Creía en la cerámica para las construcciones porque decía que así la contaminación les afectaba mucho menos. Además, la cerámica es sostenible, respeta el medio ambiente y produce una capa de aislamiento térmico excelente. Y por otro lado, el mantenimiento no se encarece ya que no envejece tanto».
Más cosas positivas y notables que subrayar en Estrellas Altas: «La distribución era también la que él quiso: era consciente del tamaño de la edificación y se esforzaba por que no hubiera ningún milímetro perdido. La distribución centralizada que plasmó en el interior buscaba que los servicios estuvieran cubiertos. Es decir, conexiones interiores para poder moverte con soltura. Nada que ver con los pasillos de los hoteles, sino una circulación ordenada y bien resuelta. Entorno con todo cubierto, y a un paso», refiere Victoria, que no llegó a acabar la carrera de Arquitectura. «Visto hoy, es una locura, pero formaba parte de las bases que plasmó Le Corbusier en el manifiesto de la Carta de Atenas, de 1942.»
Punto 23 de la Carta de Atenas: «En lo sucesivo, los barrios de viviendas deben ocupar Ios mejores emplazamientos en el espacio urbano, aprovechando la topografía, teniendo en cuenta el clima y disponiendo de la insolación más favorable y de los espacios verdes oportunos».
Grandes del siglo xx
El arquitecto suizo y nacionalizado francés Le Corbusier becó a Antonio Bonet. Le Corbusier amaba la capital catalana. En 1939 pintó el cuadro La caída de Barcelona, con la inmensa desazón por el fin de la democracia y el triunfo del totalitarismo.
A Le Corbusier le conoció a bordo del Patris II, barco en el que se celebraba el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, en 1933. Animó a Antonio para que formara parte de su estudio en París. A la ciudad francesa llegó tres semanas antes del estallido de la guerra civil, a finales de junio de 1936. Antonio Bonet no volvería a pisar España durante décadas.
«Mi padre se crió en la calle Viladomat, junto al Mercat de Sant Antoni. En su colla de amigos figuraban la actriz Mary Santpere, los hermanos intelectuales Díaz-Plaja y el empresario y fundador de Òmnium Cultural, Joan Baptista Cendrós. Estudiaba en la biblioteca del Ateneu Barcelonès, del que fue socio. Tuvo la suerte de que le pilló los años de la República. Incluso tuvo como maestro al filósofo José Ortega y Gasset», cuenta la hija, que ahora está escribiendo la biografía de su padre con material documental y de su archivo personal. «Luego, ya en París, el arquitecto [Josep Lluís] Sert y el delegado del Gobierno de Juan Negrín, Luis Lacasa, le contrataron para llevar la dirección de obras del Pabellón de la República, en 1937. De ahí le viene la amistad con el escultor Alberto Sánchez y con los pintores Salvador Dalí y Joan Miró… Cultivado en humanidades, amante de la pintura y la poesía…»
Victoria Bonet se crió en Buenos Aires, donde Bonet abrió oficina en sus años de exilio. Y viajó con la «familia trashumante», tras los encargos profesionales que iba recibiendo Antonio. Por su memoria desfilan los genios inigualables de unos años irrepetibles.
«Me acuerdo de muchos talentos que conocí… Pablo Picasso era un pelín gruñón, y tenía una mirada que se reía del mundo, fascinante. No le gustaban los niños, aunque nos hacía bromas. Posiblemente a su casa de Mougins, en el sur de Francia, solo entraran los hijos de [el torero] Luis Miguel Dominguín y [la actriz] Lucía Bosé, y yo. Por el contrario, a Rafael Alberti, mi padrino, no se le iba nunca la gracia andaluza: un ser de luz, radiante, con unos ojazos. Le visitábamos en su domicilio del Trastévere, en Roma. Veladas fantásticas bebiendo vino blanco y comiendo piza en una trattoria… Él compondría el soneto en homenaje a Antonio, que empieza así: “A ti, arquitecto de la luz, tocado / del soplo de la mar grecolatina…”. Me juntaba con su hija, Aitana. Su esposa, la guapísima María Teresa León, se comportaba con más rigidez. Y luego el poeta Pablo Neruda, simpático, grande, que te cobijaba, te abrazaba, tierno… Y tantos otros: los escritores José Bergamín y Ramón Gómez de la Serna, la actriz Margarita Xirgu, el pintor Joaquín Torres García, la pintora Maruja Mallo, mi madrina, el inclasificable Alexander Calder…»
En los años sesenta, Antonio regresó a Barcelona, y montó un despacho en la plaza Kennedy.
Torres Altas
Victoria Bonet prefiere seguir llamando Torres Altas al barrio de Estrellas Altas. Vuelve de vez en cuando, le gusta enterarse de los cambios y las novedades.
«Hoy miro los bloques de Estrellas Altas y me parecen caóticos, con las fachadas desordenadas, y cada terraza a su aire. Está desubicado en el tiempo, y tendría que tener más jardineras, mejoraría con muy poco gasto. Aun así, a mí me gusta, el criterio sigue siendo válido. Mi padre repetía a menudo que las casas unifamiliares dan prestigio aunque poca satisfacción. Para él, significaban lo mismo urbanismo y dignidad de la gente», rememora.
El arquitecto Antonio Bonet trabajaba para un pueblo que hoy se desvanece en el marasmo de la globalización. El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella.