La directora de centre per a immigrants del polígon de Zona Franca, Virginia, t’avisa que per visitar l’espai s’han de demanar els permisos a una tal Susana, de l’Ajuntament de Barcelona.
Amb un «ho porta ell», Susana et remetrà al Mario, de premsa del consistori.
I el Mario mai contestarà el correu.
Així, doncs, com que no faciliten la visita a les instal·lacions, recorres al que ja vas escriure per al llibre inèdit El peso. Historia de un poema. De enanos contra gigantes, sobre els sense sostre a la ciutat.
Els nans, els pobres. Els jawas.
Pregunta: ¿Qué pinta un albergue social en los límites desconocidos de Barcelona, en la selva de fábricas, almacenes y tráilers, más cerca de las oficinas de Transports Metropolitans de Barcelona –pintada: «¡TMB, caciques, mentirosos. Bonilla readmisión!»– que de un ambulatorio, dejado de la mano de dios?
Respuesta: Los mendigos molestan, estorban, y se les ha de esconder. Barcelona empuja al acantilado a los lemmings sin techo ni pasaporte ni medios o posibles. El paraíso lo ha tomado Prada, Gucci y Loewe. A los rastas, los descamisados, los mochileros que no tienen donde caerse muertos –en su día Barack Obama, presidente de los Estados Unidos de América– se les encamina hasta la periferia, más allá de los últimos pisos habitados.
El Centre d’Acolliment Residencial Zona Franca («Equipament integral») se encuentra en la alejada y desangelizada calle Número 60, en el magma del polígono industrial de Zona Franca, envuelto en alambre de espino.
En el número 9 de la calle Número 60, una verja metálica que se abre y se cierra por control remoto, como una de esas vallas de los puestos de vigilancia en los pasos de la Franja de Gaza.
A un lado del albergue, contenedores nipones de 24 toneladas de la empresa de logística JSV («Transporte internacional»), apilados unos encima de otros. Al otro lado, el centro asistencial de Mutua Universal («Gestión de la prevención»). Enfrente, el parque de bomberos del Port de Barcelona («Servei de prevenció, extinció d’incendis i salvament») y la unidad de la Guàrdia Urbana («Seguretat i prevenció»).
En uno de los extremos de la calle Número 60, de vados permanentes y salidas de culo y transformadores abiertos en canal, el cartel de promoción de la serie Narcos, sobre el narcotraficante colombiano del Cartel de Medellín Pablo Escobar.
Dentro del albergue de «acogida temporal», unas instalaciones de módulos, algo que se confunde con un taller de automoción. En la terraza, entre la palmera Phoenix y los cactus del desierto, otro enano pobre sentado en un silla de plástico. La cabeza caída, que aguanta con una mano para que no se le desplome, una expresión sombría se le atisba desde las rejas.
Le haces señas con la mano para que se acerque. No te ve. En la vaya que delimita el lugar en el que parece que esté confinado, se cuelgan las ropas puestas a secar, como si este fuese el centro de internamiento de extranjeros de Hal Far, en Malta.
El enano, abotargado, compungido, desconectado de sí mismo, apenas se mueve.
En alguna ocasión, el enano Florin dio con sus huesos en el albergue siniestro de la calle Número 60, lugar que sus colegas enanos detestan.
Aquí, la fuerza de los enanos se desintegra como el planeta Alderaan de Star Wars.
Los jawas, de «ojos amarillos y caras encogidas», son los enanos de un metro de estatura de la saga cinematográfica Star Wars, según la pàgina Star Wars Wiki: «Pueden ser considerados carroñeros de chatarra ya que, por su ubicación, Tatooine es un planeta en el que muchas naves colisionan y quedan olvidadas, lo que aprovechan para retirar aquellas partes que puedan serles útiles para vender o intercambiar. Los jawas son una especie recolectora de desperdicios y droides que se encuentran».
Desperdicios.
Enanos y desperdicios.
Jawas.
Jesús Martínez
Despieces
El enano sintecho M. cuenta su paso por el «albergue» municipal de Zona Franca:
«Me llegaron a robar las muletas. Despertarme por la mañana y yo: “No, no me lo creo”.
»Estuve en albergues, como el de Zona Franca [Centre d’Acolliment Residencial Zona Franca. Calle Número 60, en el polígono industrial], desastroso. Intenté organizar un movimiento para defender a los usuarios de los albergues, y los cuidadores se pusieron en mi contra, que si yo había ido a liarla, y yo: “No, solo que no lo hacéis bien, y soy una persona humana y me siento aquí como una pedazo mierda, tío, nos tratáis como a la mierda”. Allí, si piensas, te echan.
»Noches de soledad y de llorar en solitario.»
La educadora social Mercè cuenta el paso por el «albergue» municipal de su amigo del alma, el enano sintecho Florin:
Florin vivía en la calle, en el Raval casi siempre. Durante un tiempo frecuentó los albergues, pero ya sabes que es difícil conjugar los horarios de estos centros con los de la gente que vive en la calle, algo incongruente. Por ejemplo, durante una temporada dormía en el albergue de Zona Franca [calle Número 60, en la Zona Franca]. Florin y Damián eran como hermanos, y acostumbraban a pasar la noche en la orilla de la playa, por las duchas y la bohemia, supongo. A veces, pasaba tiempo en los bajos del Hospital del Mar, tocando con la arena, en la puerta de un párquing, en el Passeig Marítim. “Lo último que se ha de perder es la dignidad”, me dicen algunos de los chicos de la calle con los que trabajo. “Es ahí, a la intemperie, cuando se valoran las pequeñas cosas.”
Si és cert que et foten fora per pensar, la porta és ben oberta a un ésser humà.
…
Disculpeu la meva ignorància: com et capten, per ser-hi?
I com et retenen?
Perquè no estem parlant de Centres d’Internament d’Estrangers, que ja sabem com hi arriben.