Retahílas. Una cuestión de respeto

Mi hija es trans. Por si alguien lo desconoce eso significa que nació con genitales masculinos pero su identidad es femenina.

El año pasado se matriculó en una academia de árabe para aprender dariya, uno de los dialectos más hablados en el norte de Marruecos. Tenía una espinita clavada porque mi ex, natural de Tánger, al que quería como a un padre, nunca se lo enseñó, aunque sí le transmitió otros conocimientos de la cultura marroquí.

Empezó el curso con un entusiasmo que se desvaneció en cuanto la profesora se dirigió a ella en masculino. Intentó no darle importancia, pensó que había sido un error inocente. Sin embargo, la maestra obvió una y otra vez su reiterada petición de que la tratara en femenino. Resignada, optó por abandonar las clases. Yo me enteré hace unos días. Era tanta su rabia que determinó no contárselo a nadie con la esperanza de borrarlo de su memoria. Vana esperanza, porque este tipo de cosas jamás se olvidan.

Algo similar le sucedió mientras estudiaba Antropología Cultural. La presencia ineludible de profesoras TERF (feministas radicales transexcluyentes) empeñadas en recordarle que no es una hembra biológica la incomodaron hasta tal punto que dejó de asistir a la Facultad.

¿De verdad cuesta tanto mostrar una pizca de tacto y empatía? Si vas a entablar conversación con una persona que sabes o sospechas que es trans fíjate en su expresión de género —modo de vestir, aspecto—. Cuando todo en ella rezuma feminidad háblale en femenino. Y si te asaltan dudas, pregúntale. No es tan difícil.

Es una cuestión de respeto.

MAR MONTILLA

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