Un Sant Jordi enmascarado
Sí, lo confieso. Envidiaba a los autores que plasmaban dedicatorias en las obras adquiridas por quienes se acercaban a sus puestos. Yo misma era una ávida lectora a la caza y captura de algún prestigioso garabato. Pero también escribía, y tenía un sueño. Paseaba, observaba y compraba libros de otros mientras mis propios manuscritos inéditos criaban polvo en el fondo del cajón del anonimato. Hasta que llegó la oportunidad ansiada. Jamás olvidaré mi primer Sant Jordi «al otro lado». Fue en el 2014. Ocupé no solo un stand, sino seis distintos, porque mi maratón de firmas se inició en La Gralla de Granollers, continuó en la librería Santos Ochoa de Barcelona, el Corte Inglés de Cornellá, Abacus y la Font de Mimir, para finalizar en la paradeta correspondiente a Alibrí, en plena Rambla de Catalunya —broche de oro perfecto para una jornada de ensueño—.
Desde entonces, cada diada de Sant Jordi ha sido especial a su manera, unas más que otras, pero ninguna tan buena como aquella que ahora idealizo en mi memoria. Y ninguna tan nefasta como la del 2020. El confinamiento en sí no resultó traumático para mí, porque me permitió escribir a tiempo completo, y poner punto final a mi quinta novela. Pero quedarme encerrada en casa un 23 de abril me mató. Este año nos visitará Sant Jordi. Cuando leáis estas líneas ya se habrá ido, dejando su esencia, pero mientras las escribo espero su llegada con emoción pueril. Cuenta la leyenda que vendrá enmascarado y dispuesto a aniquilar al dragón disfrazado de virus. ¿Notáis ese aroma a libros y a cultura que se respira en el ambiente?
MAR MONTILLA