En los últimos meses se han producido sucesos que ponen de relieve que la estrechez de
mente y la falta de amplitud de miras es una peligrosa enfermedad que se contagia y propaga
con tanta rapidez como lo hizo la pandemia.
Cuando leáis este texto ya se sabrá si el país ha escogido retroceder varias décadas o ha
recuperado la sensatez, pero mientras lo escribo aún no han tenido lugar las elecciones
generales. Aunque mi balanza se inclina hacia las izquierdas y siempre lo más lejos posible de
las derechas —de todas ellas, pero con mayor énfasis de las extremas—, reconozco que
detesto las conversaciones que giran en torno a un tema que no suele despertar mi interés. La
política me aburre. Sin embargo, ahora tengo miedo.
Me asusta la atmósfera que se respira desde hace algún tiempo. Me preocupa que en un
instante perdamos los logros que con tanto sudor y esfuerzo hemos alcanzado a lo largo de los
años. Me inquieta con qué impunidad se cometen agresiones tránsfobas en lugares públicos
ante testigos cómplices y unas autoridades que lo único que hacen es culpabilizar a la víctima.
Me irrita que se permita la publicación de artículos de escritoras TERF —Feministas Radicales
Trans-Excluyentes—, que difunden opiniones tan aberrantes y ofensivas como que las mujeres
trans son hombres disfrazados y, por el contrario, se desapruebe el estreno de una obra de
teatro basada en la novela de Virginia Woolf Orlando, editada en 1928; o que se tache de
inmoral un beso entre chicas en una película infantil, en pleno siglo XXI; o que se oculten en el
fondo del armario de los ayuntamientos las banderas arcoíris.
Me enfurecen ciertos individuos con ideas trogloditas que se rigen por prohibiciones e
imposiciones; que promueven los discursos de odio; que no condenan la violencia de género;
que ignoran los derechos de las personas migrantes y los de la comunidad lgbtiqa+. No
obstante, lo que más me indigna, horroriza y escandaliza no es su mera existencia, ¡sino que
cuenten con tanto apoyo! Hay cada vez más gente que escucha sus voces y secunda su
ideología, lo que les otorga un poder que va en aumento. ¿Es que no hemos aprendido nada
de nuestro pasado histórico? ¿De verdad queremos volver a la dictadura, al fascismo, a la letra
con sangre entra, a la censura, a que se cercene la cultura o se coarte nuestra libertad de
expresión? Que algún politólogo me lo explique, por favor, porque a mí se me escapa la lógica
de este fenómeno.
MAR MONTILLA