RETAHÍLAS I Nieve

Nevada de 1899 en Barcelona, donde se aprecia Montjuïc recubierta con una capa blanca.

Mar Montilla

Quienes nacimos y crecimos en esta ciudad podemos contar con una mano —y nos sobran dedos— las ocasiones en las que hemos visto nevar. La más reciente fue en el 2010. Mi hija, que por aquel entonces cursaba primero de la ESO, llegó del instituto con la ropa empapada pero feliz, contándome las mil peripecias y batallas de bolas de nieve en las que había participado, y enseñándome fotos en las que aparecía tumbada sobre la superficie blanca, moviendo brazos y piernas para crear un ángel.

Otras imágenes —más borrosas y lejanas— que mis archivos mentales conservan, se remontan a un mes de enero cuyo año exacto no logro ubicar. Como la memoria a veces nos traiciona, le pregunté a mi padre si era real o lo había soñado, y él lo corroboró con todo lujo de detalles: los primeros copos empezaron a caer mientras esperábamos que los Reyes Magos de Oriente desembarcaran en el puerto de Barcelona. ¡Menudo caos se armó después de la cabalgata! Nuestro Seat 850 azul turquesa estaba tan enterrado que no lo encontrábamos, y nos costó Dios y ayuda regresar a casa. Lo que yo recuerdo, sin embargo, es que el día de Reyes me asomé a la ventana y contemplé, boquiabierta, el resplandeciente manto blanco que cubría las calles. Era increíble, mágico. ¡Parecía una postal! Abracé a mi Nancy y salí a pasear por el barrio con una gran sonrisa estampada en la cara.

Con nieve o sin nieve, y aunque dudo que este mundo tenga arreglo, me gustaría que el tránsito del año viejo al nuevo nos contagiara de esa magia propia de la niñez y llenara nuestros corazones de esperanzas renovadas. ¡Feliz 2023!

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