Mientras escribo estas líneas, un puñado de políticos decide si le otorga el visto bueno o no a la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual, y yo me pregunto, como siempre, por qué algo que resulta tan obvio provoca tanta polémica. Para mí está claro que solo sí es sí. Cuando salió a la luz la noticia de la violación múltiple que tuvo lugar durante los Sanfermines, hace seis años, sentí tal repulsa y me afectó tanto como si la chica agredida hubiese sido mi propia hija o hermana. Había pruebas palpables de lo ocurrido, y los señores jueces se limitaron a acusar a los miembros de La Manada —a quienes no puedo calificar de humanos— de un delito de abusos continuados o algún disparate similar. La consecuencia positiva de aquello es la ira que despertó entre las mujeres que, como yo, salieron a la calle al grito de «Hermana, yo sí te creo» y ahora esta ley sin precedentes que supondría un gran avance para el feminismo.
Es terrible que la Justicia no sea justa. Y deleznable que algunas personas defiendan/justifiquen actos tan viles. Sin embargo, lo que más me entristece es tener la certeza de que existen hombres capaces de hacer algo así, hombres jóvenes, incluso adolescentes. Continúan habiendo violaciones —individuales y en grupo— y se sigue culpabilizando a la víctima. Lo que más me gusta de la ley del solo sí es sí es que pone el énfasis en el consentimiento libre y expresado claramente, pero también que obligará a los agresores menores de edad a someterse a programas formativos sobre educación sexual y educación en igualdad. La clave está en educar.
MAR MONTILLA