Mar Montilla
Hay un tipo de machismo casi imperceptible —y socialmente aceptado— que se cuela en nuestras vidas cotidianas de un modo tan sutil que suele pasar desapercibido. Inofensivo en apariencia es, en realidad, el caldo de cultivo de la violencia machista. Me refiero a los micromachismos — término acuñado por el psicólogo Luis Bonino en los años 90— con los que hemos convivido las mujeres de mi generación y que, lejos de lo que pudiéramos creer, siguen muy presentes en la actualidad.
Preguntas como: «¿Vas a llevar ese vestido tan escotado?» o «¿No te depilas? Pareces un futbolista» en el contexto de una pareja pueden provocar que ella modifique sus hábitos, haciendo pequeñas concesiones para complacerlo a él. Llamar nenaza a un chico sensible; que un desconocido te ceda el paso o el asiento por el simple hecho de ser mujer; que el camarero no le entregue la cuenta a ella sino a él —porque presupone que tiene un mayor poder adquisitivo—; vestir a las niñas de rosa y a los niños de azul —¡cómo odiaba que me regalaran ropita de bebé de ese color específico cuando estaba embarazada! No le puse a mi hija ninguna de las prendas cuya tonalidad señalaba su supuesto género—; o negarse a utilizar el lenguaje inclusivo son algunos gestos, entre otros muchos, que perpetúan la desigualdad.
Por no mencionar a los hombres que —sin ser ningunos eruditos— se empeñan en instruirnos usando el mismo tono paternalista y condescendiente que emplearían con una criatura de siete años. ¿A que se os ocurren mil ejemplos más? La lucha feminista continúa.
Feliç Dia Internacional de les Dones!