MAR MONTILLA
Hace tres décadas trabajé como telefonista en una central de ambulancias cuya plantilla estaba formada, en su inmensa mayoría, por hombres. No tardé en convertirme en cebo irresistible para todo aquel derroche de testosterona mal gestionada. En aquellos momentos yo no tenía plena conciencia de hasta qué punto vivía atrapada en un sistema de patriarcado machista. Solo sabía que muchos gestos y comentarios me incomodaban, pero los soportaba, normalizaba la situación. Si se derramaba el agua de la garrafa del aire acondicionado, por ejemplo, mi jefe me decía: «Tú, coge la fregona, que eso es cosa de mujeres». O si le pedía permiso para ir al ginecólogo soltaba perlas como: «Las mujeres siempre igual, cuando no les duele una teta les duele la otra». No todos los empleados eran así de trogloditas, por supuesto. Había algunos —los menos— educados y respetuosos. Pero otros —los más— me desnudaban con la mirada, o imaginaban en voz alta —sin escatimar en detalles obscenos— lo que desearían hacerme. Me despidieron en cuanto me quedé embarazada.
No conozco a ninguna mujer que no haya sido víctima de acoso sexual —como mínimo— alguna vez en la vida. Pienso en aquella actuación de The Cure de la que no pude disfrutar porque me pasé el concierto entero tratando de librarme del manoseo del energúmeno que tenía pegado a mi trasero; o en esos viajes en metro que se convertían en una trampa sin escapatoria posible; o en esas palmaditas que algún allegado me propinaba en los cachetes, a modo de saludo, cuando no era más que una niña; etcétera, etcétera. Me too. Yo también.
Mar, expliques unes situacions tan quotidianes que es comenten totes soles.
Les dones només podeu afegir-vos-hi, dient “A mi també” (Me Too)
Els homes hauríem de trobar alguna expressió compartida per reconèixer públicament que hem estat testimonis d’escenes com aquestes i que no sempre hem sortit en defensa de la dona agredida com a presa d’una cacera…
Podríem dir que “Els homes també ens equivoquem”