Retahílas l Adiós, chiquitina

Llegaste un día de primavera y pusiste mi mundo patas arriba. Yo no entendía cómo un ser tan diminuto podía armar tanto revuelo. Tu nombre, Samantha, el que yo misma elegí para ti, te quedaba grande, por eso te llamaba chiquitina. «Chiquitina, ¿dónde estás?» preguntaba cuando no te veía, y al instante oía el sonido de tus patitas trotando hacia mí.

Recuerdo lo asustada que estabas al principio. Te escondiste en el hueco de la escalera y no había manera de hacerte salir. Aprendiste poco a poco a confiar. Explorar el territorio se convirtió en tu especialidad. Si me sentaba te acurrucabas en mi regazo, pero en cuanto me levantaba te convertías en mi sombra.

Adoraba tus arrebatos de pasión nocturnos. Saltabas a mi cama, acercabas tu cara a la mía hasta rozarme la nariz, luego apoyabas tu cabecita en la palma de mi mano y yo, medio dormida, correspondía a tus arrumacos. Me pregunto cómo podía caber tanto amor en un cuerpo tan menudo. Mi cercanía provocaba tu ronroneo y tu ronroneo provocaba mi felicidad.

Una mañana no respondiste a mi reclamo. Te busqué una y otra vez. Te llamé una y otra vez. Cómo iba a imaginar que habías emprendido un viaje sin retorno.

Te encontré tumbada en el asfalto. Parecías dormida. Las señales estaban ahí pero no lograba interpretarlas. Te cogí con cuidado y regresé a casa como un autómata. Con la mayor delicadeza posible te envolví en una toalla y te estreché contra mi pecho, acunándote, preguntándome por qué, por qué, por qué.

Quisiste volar y volaste. Lamento no haberte protegido mejor, chiquitina. Adéu, bonica meva. Adiós, Samantha, adiós.

MAR MONTILLA

FES UN COMENTARI

Please enter your comment!
Please enter your name here

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.