Retahílas I CAMPEONAS

Si hace unas cuantas semanas alguien me hubiese preguntado qué sabía acerca de fútbol hubiera respondido que nada. Cero patatero. Ni ese deporte ni ningún otro han logrado nunca despertar en mí el más mínimo interés. Sin embargo, la noticia de que la selección femenina española había ganado el Mundial sí llamó mi atención, siempre me enorgullezco de los logros de otras congéneres. Es una verdadera lástima que un instante de gloria tan magnífico haya quedado emborronado por la deleznable reacción del presidente de la Federación de Fútbol.

La historia del fútbol femenino se remonta al siglo XIX y ha estado repleta de obstáculos desde sus inicios, cuando algunas de sus más sagaces pioneras formaron equipos profesionales en el Reino Unido, donde las jugadoras salían al campo con tacones y corsé, porque de otro modo no se les hubiera permitido. En 1894 se creó el British Ladies’ Football Club (BLFC), compuesto por un elenco de mujeres dispuestas a transgredir todas las normas habidas y por haber, como usar atuendos deportivos masculinos. Indignados, los varones se llevaban las manos a la cabeza al ver que invadían el que hasta entonces había sido terreno exclusivo de hombres. Estas chicas de armas tomar que se atrevieron a derribar tantas barreras no lo tuvieron nada fácil. Fueron foco de insultos, mofas y agresiones continuas. En España teníamos el Spanish Girls Club, que en 1914 celebró varios partidos con fines caritativos en favor de los afectados por la tuberculosis. Durante años la prensa ignoró a estos equipos femeninos, después emprendió una campaña de desprestigio contra ellos. Los primeros intentos de igualar la categoría femenina a la masculina fracasaron, pero jamás se dieron por vencidas.

Ese beso impuesto, ese beso robado por la fuerza a una de las jugadoras, responde al impulso de un macho que marca el territorio. He oído todo tipo de opiniones al respecto, que si ella no se apartó —¿cómo iba a hacerlo? No esperaba algo así—, que si ella esto, que si ella lo otro. Culpabilizar a la víctima, en definitiva. También he oído comentarios en los que se restaba importancia a lo sucedido. Considero que normalizar la violencia machista a día de hoy es muy grave, aunque se sigue haciendo, y entre gente muy joven. Me gustaría decirles a esas mentes obtusas que mi padre, gran amante del fútbol, exclamó al verlo: «¿Pero cómo se le ocurre hacer algo así en los tiempos que corren?». Hasta él sabe, a sus ochenta y seis años de edad, que solo sí es sí. Basta. No debemos seguir aceptando este tipo de comportamientos.

Desde aquí mi homenaje a esas campeonas y mi apoyo a todas las Jennifer Hermoso que han soportado besos de sapos, magreos de nalgas o pellizcos en los mofletes, mientras se abrían camino en un sendero típica y tópicamente masculino al grito de marimacho. A las que no se rindieron, a las que no tiraron la toalla. Chicas, toca un nuevo lema: ¡Se acabó!

MAR MONTILLA

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