Mar Montilla
Alguien me preguntó hace unos días por qué en las manifestaciones del 8M se hacen tantas proclamas del tipo: «Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar» o «Somos las brujas de hoy». ¿Qué tiene que ver el feminismo con la brujería? Mucho. En tiempos ya remotos, el papel de las féminas se restringía a algo muy concreto: procrear. No se les permitía cultivar el intelecto, ni trabajar. Su misión era casarse y tener hijos. Pertenecían primero al padre, después al marido. Los hombres, amos y señores, consideraban limitadas las capacidades de sus compañeras. Pensaban que la naturaleza las dotaba de una inteligencia inferior, además de una mayor propensión a los arrebatos emocionales. Sin embargo, y pese a tan férreas creencias, siempre hubo mujeres expertas en ungüentos medicinales elaborados por ellas mismas con extractos de plantas. Siempre hubo mujeres sexualmente desinhibidas, que escogían vivir sin someterse al yugo del matrimonio y lograban mantenerse al margen de los cánones establecidos. Avispadas, sagaces, dueñas de su destino. Amantes de los libros, en los que buscaban respuestas. Con curiosidad científica, con sed de conocimiento. Por supuesto que no estaban bien vistas y su existencia transcurría bajo la mirada crítica y moralista de la sociedad. Aun así, ellas elegían ser libres.
Hasta que el fanatismo religioso lo echó todo a perder. Obsesionados con la idea de una conspiración demoníaca que pretendía destruir la Cristiandad, los clérigos de la época empezaron a fijarse en esas mujeres raras, diferentes, y a percibirlas como una amenaza para el orden y la decencia. Las tomaron por ayudantes de Satanás y provocaron la caza y quema de brujas que se inició en Europa y se extendió hasta América, entre los siglos XV y XVII.
Se le otorgaba al fuego un poder purificador. ¿Sabíais que Juana de Arco, por ejemplo, fue tachada de hereje por travestismo? Murió en la hoguera.
Curioso y sonado fue el caso de las brujas de Salem, pequeña localidad de Massachusetts, Estados Unidos. Las denuncias de unas adolescentes fueron el detonante. El puritanismo exacerbado de los habitantes de aquel pueblo y de su reverendo hizo el resto. En el período de un solo año (1692-1693) fueron ejecutadas por aquellos lares unas ciento cincuenta personas —mujeres en su mayoría— acusadas de brujería.
La cuestión es que el mundo perdió a unas sesenta mil mujeres sabias. Empoderadas, valientes, pioneras del feminismo. O sea que si alguien te llama bruja siéntete orgullosa. No es un insulto, es un halago.