Vivas, no ilesas

Mar Montilla

Cuando se habla de violencia machista se hace en términos de estadísticas. Si de tal fecha a tal otra el número de mujeres asesinadas ha disminuido, se considera un logro. Se olvida que las cifras representan a personas reales que ahora están muertas. Se obvia que hay féminas que escaparon del yugo del maltrato pero lidian con sus consecuencias a diario. Las secuelas físicas y/o psicológicas pueden perdurar años. Algunas tardan lustros en recuperarse; otras no lo superan nunca.

Tengo una amiga cuyo cónyuge pedía a sus hijos que la sujetaran para facilitarle la tarea de molerla a golpes. Una vez la echó a la calle semidesnuda, sin dinero ni llaves, en plena noche de invierno. Sigue viva.

Conozco a otra que vivía bajo la vigilancia enfermiza de su esposo, celoso y posesivo, que necesitaba saber en todo momento dónde estaba, haciendo qué y con quién, motivo por el que ella fue reduciendo sus movimientos a la mínima expresión: del trabajo a casa y de casa al trabajo. Cuando enviudó continuó con la misma rutina durante meses, hasta que una de sus hijas le dijo: «Mamá, él ya no está, ¡reacciona! Haz lo que te dé la gana. Eres libre, ¡libre!». Sigue viva.

Otra amiga tenía un novio al que le excitaba verla con otros hombres. Ella lo detestaba, pero cedía para complacerlo, porque la amenazaba con romper la relación si no lo hacía, y no imaginaba la vida sin él, o sea que cuando regresaba a casa, al amanecer, exhausta tras el turno de noche, el susodicho la esperaba con uno o dos desconocidos para satisfacer su morbo. Sigue viva. Siguen vivas. Vivas, no ilesas.

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