Mar Montilla
Estaba ojeando un artículo de Sonsoles Fuentes —publicado en su blog— y no pude evitar preguntarme qué hacía una periodista de su talla hablando de una escritora de novela rosa. Permitir que los prejuicios me limiten no es mi estilo, o sea que continué leyendo, para ver dónde quería llegar, y no me defraudó. Contaba cómo se conocieron sus padres: la madre fue a casa de una amiga a devolverle una novela de Corín Tellado y la amiga aprovechó para presentarle al amigo de su marido, que nada más verla dijo: «Qué bonito, una mujer que lee». Tened en cuenta que esta tierna escena se remonta a principios de la década de los 60, cuando el grado de analfabetismo en España era aún tristemente elevado, sobre todo entre la clase obrera, y afectaba en mayor medida al género femenino que al masculino. Por eso no deja de sorprenderme que la mencionada autora de romántica alcanzara tal repercusión, convirtiéndose en la más leída durante el franquismo. Mi madre no lo recuerda, pero cuando ella y otras muchachas de su edad se sentaban, formando un corro, a coser, bordar o hacer encaje de bolillos, mientras una de ellas leía en voz alta, imagino que muchas de las historias que se relataban eran de Corín Tellado, la escritora asturiana. Una mujer que se levantaba a las cinco de la mañana y era capaz de escribir una novela en dos días —se le atribuyen más de cuatro mil títulos—. Una mujer que jamás obtuvo el aplauso de la crítica y nunca se hizo rica, a pesar de vender cuatrocientos millones de ejemplares. Una mujer que cuenta desde ahora y para siempre con mi respeto y reconocimiento.