MAR MONTILLA
Las protagonistas de mis retahílas de hoy son las otras, esas que el mundo sabe que existen pero a menudo olvida o margina, menospreciándolas, como si fuesen bichos raros, solo porque al nacer la sociedad les asignó un género con el que no se identifican. Me refiero a las mujeres trans. Nunca lograré entender que alguien pueda sentirse amenazado si otro alguien no se ajusta a los cánones que se le presuponen. ¿No deberíamos allanar el camino, en lugar de colocar piedras? Las personas trans se enfrentan desde su niñez al bullying y al riesgo de exclusión social. El mercado laboral les ha cerrado las puertas por completo durante generaciones, y aunque las cosas han mejorado, aún soportan índices de desempleo alarmantes. El éxito indiscutible de la serie Veneno, recientemente emitida, las ha vuelto a poner en el punto de mira, coincidiendo con la propuesta por parte del Ministerio de Igualdad de la Ley Trans —muy necesaria, en mi opinión—. Algunos estaréis pensando que la Veneno no puede considerarse un referente. Tuvo una existencia desgraciada, es cierto, ¿pero por qué? Por el rechazo al que se vio abocada desde la infancia, por la falta de aceptación por parte de su familia y pueblo de origen, que la condujo a ir por la vida dando tumbos, mendigando amor. Tenía muy claro quién era y qué, y no renunció a su verdadera identidad, a pesar de la elevada factura emocional que tuvo que pagar. Alcanzó la fama y se convirtió en objeto de escarnio para muchos. Pero también fue —y sigue siendo— un icono para las que son como ella, porque tuvo el coraje de ser ella misma.