El Capri… algo Más que un Cine

El cine Capri que se ubicaba en la calle Foneria, 29, un edificio actualmente cerrado, estuvo a punto de no ser construido en esta ubicación, su promotor Anastasio Valdaura lo quiso construir en lo que hoy es la plaça Marina, entonces un solar. En el año 1955 debido a problemas de afectaciones en el terreno motivados por la urbanización de la zona, Anastasio hizo una permuta con el Ayuntamiento de Barcelona por el solar de la calle Foneria 29. El cine se inauguró el 27 de Abril de 1957, se construyó bajo la dirección del arquitecto  Ramón Tor Estrada y del aparejador Rafael Paulo Galindo, diseñándose para una posible ampliación con anfiteatro (cosa que nunca se hizo),  con un aforo de 982 personas. Se clausuró el 28 de Junio de 1974, su nombre se lo dedicó a el humorista catalán Joan Capri, famoso por sus monólogos, del que todavía se pueden encontrar discos de vinilo como El Casament… o El Naufrag.

Desde la primera representación cinematográfica de los hermanos Lumière en 1986, a los bajos de unos fotógrafos (Napoleón) de la Rambla Santa Mónica el año 1957, había llovido mucho. Las películas eran sonoras y en color, por lo que los fines de semana se podía disfrutar de 2 películas de reestreno más el NO-DO, de obligado cumplimiento des del 1942. El Capri entonces era un cine muy importante de la zona y venían de todos los barrios de La Marina de La Zona Franca a ver las películas. También existieron otros cines como el Salón Antúnez y Novedades (ambos en Can Tunis), el Casas (Port), el Nuevo Cinco de Oros (Casas Baratas), los tres últimos funcionaron simultáneamente durante algunos años.

Era un cine de barrio en el que familias enteras acudían a alguna de las sesiones, algo más que un cine. Me acuerdo que tenía 2 carteleras, en la de la derecha anunciaban los carteles de las películas de la semana que siguiente y en la de la izquierda la cartelera que se ofertaba. La taquilla se ubicaba entrando a la izquierda. El bar estaba separado a la derecha y, como en todos los cines de la época, vendían gaseosas, coca colas, pipas, caramelos Darling, Sugus y mentolados, regaliz, quicos, palotes y unas barritas de caramelos, redondas y duras, sabor coca cola, palomitas, patatas y cerveza.

Recuerdo que había 2 acomodadores, a uno le llamábamos el Cabesa Ajo. Era muy buena persona y había otro señor más serio. Las cortinas de entrada eran de color verde, los lavabos estaban abajo, a la derecha el de hombres, y en la otra punta, a la izquierda, el de mujeres. En la entrada, a la izquierda, había una escalera que subía al cuarto oscuro de proyección por el que el señor Emilio y el señor Alcázar accedían al ser los proyeccionistas de las películas.

La cartelera comenzaba el viernes con una sesión nocturna y acababa el domingo con dos sesiones de 2 películas de reestreno, previo NO-DO. Una a las 3.30 aproximadamente y otra a las 9,30 de la noche. El domingo también había una sesión matinal. Le llamábamos el Pipas Club, por el sonoro ¡clip!, ¡clip! con que crujía el suelo, sembrado de pipas. Las butacas eran de madera y de color verde. Tenía una gran pantalla blanca y los primeros tenían que levantar mucho la cabeza para poder ver la peli.

Entonces, al cine se llevaba de todo para comer: bocatas y alguna fiambrera, no había dinero para comprar chuches. La distribución más o menos era: arriba las parejitas para hacer sus pinitos, en medio los interesados en ver la película y abajo los graciosos que de vez en cuando hacían sus representaciones. También tenías que mirar bien si habían dejado pegado un chicle para no irte luego con sorpresa adosada en la ropa y alguna trastada como dejar correr la botella de la gaseosa por el pasillo central en mitad de la película. Solían proyectar las películas de western y Péplum, también algunas de artes marciales, salíamos del cine imitando lo que veíamos, buenas tanganas se liaban.

La cosa fue aflojando en cuanto a espectadores y me acuerdo que poco después de que un gamberro hiciera estallar un trueno contra la pantalla blanca del cine, vinieron los policías que estaban en frente; hasta que la pantalla se apagó, quizás fue la puntilla.

Con los años, el local fue un gimnasio y después se quedó tal como está ahora. El Ayuntamiento no quiso comprarlo alegando que tenía aluminosis y que la reparación era muy cara, además, se comentó que el propietario (ignoro si es el mismo) pedía mucho dinero por el solar.

Ahora lo ha comprado un grupo privado llamado La Vostra Llar Residencial S.L., para hacer una residencia privada, proyecto que ha conseguido el visto bueno del Ayuntamiento. Nos hemos quedado con el mal sabor de lo que pudo ser un espacio de dinamización social y soporte a las entidades. Se pretendía utilizar el espacio como el gran teatro ausente, sala de actos…. Ya que en el barrio la sala con mayor capacidad es la Pepita Casanellas, que acoge un aproximado de 250 personas en su aforo máximo. Esperemos también que algún día llegue el geriátrico público y el centro de día, que tampoco existen en el barrio.

Agradezco la colaboración a Manuel Ruiz, Manuel Ramos, Miguel Pérez, Mariano Sobrecasas, Juan Bibian, José Manuel Ayala y Abdó Florencio como memorias vivas que me han aportado  datos precisos para este artículo.


Rafael Ochoa

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