Chris El-Bahr
Por extraño que parezca, la Navidad para mí siempre ha sido una época rara, una mezcla de sentimientos que se debate entre la ilusión y la tristeza.
Ni siquiera sé por qué de alguna manera siguen ilusionándome estas fechas, tal vez sea que incluso a les que somos más crítiques con el sistema y las tradiciones, nos calan este tipo de imposiciones, o quizás sea una cuestión de esperanza, de nostalgia de una niñez inocente en la que todo parecía un cuento con finales felices.
Pero la realidad es que no son fechas agradables para las personas queer. Cuando eres une niñe, nadie te explica que crecerás y que llegará el día en que en medio de tu turbulenta adolescencia no sabrás qué contestar cuando te pregunten si tienes novia, cuando te asuman como hombre o traten de alentar una masculinidad inexistente en tu ser, tras haber pasado horas en las que, víctima de la ansiedad, tratabas de ocultar cada resquicio de “pluma” que habitabas —y habitas—. Nadie te explica que llegará el día en que aquel primo junto al que creciste sin diferencias, traerá a su novia a la reunión de un 25 de diciembre, mientras tú ni siquiera podrás mencionar que tienes pareja y que incluso lleváis años conviviendo —porque a esas alturas de la vida ya nadie te pregunta, pues tampoco quieren afrontar la respuesta—.
A menudo siento que la gente quita importancia o bien no entiende el hecho de que la mayoría de personas LGTBIQA+ busquemos nuestra propia familia escogida y reneguemos de la que se nos ha impuesto —o al menos de una gran parte de ella—. En la sociedad se tiene una idea del vínculo sanguíneo como algo inquebrantable, viendo a esas personas como las únicas que de verdad estarán a tu lado para siempre. Eso no es más que una idea cisheteropatriarcal y, para quien no me crea, puede preguntarle a cualquier persona queer qué opina al respecto o bien que le cuente su propia vivencia. Sinceramente, después de haber tenido un padre que jamás se hizo cargo de mí, un padrastro que fue como un padre para mí y que terminó regresando a Marruecos afirmando que lo hacía porque soy maricón, tras tener que ocultar mi sexualidad e identidad de género o bien, a pesar de haber salido del armario, seguir siendo tratada en masculino, recibiendo comentarios ofensivos, no pudiendo invitar a ninguna celebración a la expareja con quien estuve casi cinco años… tras todo esto, el vínculo de sangre perdió todo su sentido para mí —aunque doy gracias de tener la madre que tengo con su amor incondicional y también el de mi tía—.
Así que este año brindo por los maravillosos seres que encontré en los márgenes de este mundo, por los cuidados que nos damos, la forma en que nos lamemos las heridas y renacemos de nuestras lágrimas, transformando el dolor en amor. Brindo por vivir eternas celebraciones con mi verdadera familia, por comienzos de año cargados de carcajadas y llantos de alegría. Brindo por una eternidad libre y feliz para mi colectivo en la que no echemos en falta nada, tan solo cuando falte algune de nosotres.