RETAHÍLAS (Febrero, 2022): SAL Y PIMIENTA

Llevo algún tiempo observando que un número de mujeres cada vez mayor se atreve a lucir canas, y confieso que me satisface este cambio de mentalidad, porque lo de teñirse o no se ajusta a la misma dinámica que otras miles de pequeñas decisiones estéticas —maquillarse, depilarse, perder peso— que muchas féminas tomamos a diario. Y si la elección es libre estupendo. El problema es que a menudo son acciones que se llevan a cabo como respuesta a la presión social.

Las sienes blanquecinas de un hombre maduro resultan atractivas y se consideran un símbolo de sabiduría. Sin embargo, cuando es una mujer la que exhibe sus canas con orgullo nos repele, nos inspira dejadez y decrepitud. ¿No va siendo hora de romper estos cánones?

Andie MacDowell tuvo dudas antes de plantarse sobre la alfombra roja en el festival de cine de Cannes el pasado mes de julio. Sabía que su impresionante melena plateada podía convertirse en foco de críticas. En efecto, así sucedió. El revuelo mediático que provocó fue tremendo. Como tantas otras personas, la actriz había dejado de teñirse durante el confinamiento. A medida que le crecía el cabello y los mechones oscuros se mezclaban con los claros, se iba dando cuenta de que su nuevo aspecto le parecía más auténtico que cuando recurría a los tintes. Le divertía verse en blanco y negro, y empezó a plantearse aparecer de esa guisa en público pese a que sus representantes lo desaconsejaban por completo.  

Ella optó por no prestar atención a las opiniones ajenas, confiar en su propio criterio, guiarse por su instinto y convertirse en sal y pimienta.

MAR MONTILLA

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