«Esto es un sinvivir»

Jesús Martínez

«Es la época del año en la que el viento trae los suicidios y los divorcios y una sensación de espanto.»

Esta frase se lee en una de las piezas de la cronista más lúcida del siglo XX, la norteamericana Joan Didion, fallecida el 23 de diciembre del 2021. En el libro recopilatorio Los que sueñan el sueño dorado (2012) se acuerda del viento californiano Santana, que puede volverte majareta. Exactamente lo mismo que el Levante, el viento de Tarifa, en España, que se cuela en las novelas psicotrópicas del periodista Luis Benvenuty (Ojalá te suba todo). Y en la línea de lo que opina la ganadora del Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano, Leila Guerriero, que acusa al viento pampero de las muertes de jóvenes en Los suicidas del fin del mundo.

El viento no es solo una corriente de aire que asalta las rendijas del respiradero.

El viento, según qué viento maligno, es un ruido insoportable. No por su estridencia, sino por su firmeza, como un covid persistente.

Todo esto viene a cuento del conflicto vecinal que arrastra Can Clos desde hace un trienio, desde el 2019, el último año de la normalidad normal, antes de la pandemia.

Entonces, el Club de Natació Montjuïc (CNM, «Família, natura i esport»), en la calle Segura, 36, acondicionó las pistas de pádel, y añadió alguna cancha más a escasos doce metros de las viviendas del barrio de La Marina.

«Cinc pistes, quatre d’elles de recent construcció i l’última totalment restaurada, es troben a disposició dels amants d’aquest esport», se informa en la página oficial de la entidad.

Los habitantes de los bloques 9 y 10 de Can Clos, de cinco plantas y con dos puertas por rellano, han alzado la voz en representación de todos los afectados. El motivo: el ruido de las pelotas golpeando las palas, su particular viento malayo.

«Esto es un sinvivir, inhumano, agotador. No encuentro ningún adjetivo que lo pueda describir. Cada día, cada santo día, de ocho de la mañana a diez y media de la noche, ahí están con el pimpón, con el plomplón, dale que te pego», se ofusca Pepita (seudónimo, «prefiero no decir mi nombre»), de mediana edad, deprimida porque no encuentra el silencio en el que reposar. Lo explica: «Se me murió mi madre y lo único que quería era estar en casa, en paz, y meterme pronto en la cama. Pero esto es imposible, imposible. Ni aun bajando la persiana hasta el tope. Te digo que están oficialmente hasta las diez y media de la noche haciendo ruido, gritando y divirtiéndose en las pistas, pero a veces hasta mucho más tarde, porque la gente se queda en corros, y así no hay manera.»

El horario de las pistas del CNM es de ocho la mañana a las tantas de la noche, de lunes a domingo (en sábados, domingos y festivos, la hora de cierre se adelanta a las 21.30 h).

Pepita reside en el segundo primera de la escalera 10, en la plaza del Mig de Can Clos. El balcón de su habitación da a las instalaciones reformadas, que se podrían tocar mediante una cadena humana de diez personas.

Pepita vive con su hijo adolescente, Roberto (seudónimo, «prefiero que no salga el nombre»), harto también del plamplán o el plomplón o el pimpón de las pelotitas de caucho.

«Me ha afectado a los estudios.»

En el piso de abajo, la familia Martínez comparte angustia vital, porque aunque se vayan de fin de semana, el ruidito les acompaña, de tanto que se ha interiorizado, como el estribillo de una canción de los Pecos o de Kylie Minogue.

«Esto es inaguantable», se expresa Susana Martínez, Susi, mujer de consensos y hablar claro. «Y en verano, con las ventanas abiertas, flipas.»

«Esto es un horror», se une José, el marido de Susi. «Se te mete en la cabeza.»

«Esto es un infierno», les secunda Yosua, el hijo. «Yo jugaba al pádel, pero ya se me han quitado las ganas.»

Otros chicos y otras chicas de otros edificios lo soportan a su manera: «los hay que se ponen los cascos todo el día, a ver».

Todos ellos han firmado en las hojas que la Associació de Veïns de Can Clos ha entregado al Ajuntament de Barcelona con más de un centenar de adhesiones. Razón: «contaminación acústica».

El Ajuntament ha abierto un expediente de inspección para recabar datos por «molèsties en espai públic».

Hace unos días, una agente del consistorio se acercó al segundo primera de la escalera 10, al domicilio de Pepita. Durante una hora comprobó los decibelios. Se dio por enterada.

A Pepita, el CNM le ofreció insonorizar las paredes de su casa.

Ella contesta: «Pero si son ellos los que se tienen que insonorizar, que se pongan un techo o yo qué sé».

Insiste: «Si a mí me gusta el deporte, si yo lo que quiero es que pongan solución. La Guàrdia Urbana no hace caso. Y yo, del estrés, estoy tomando pastillas».

Se le ha pedido la opinión al CNM, pero no contesta.

Según la empresa barcelonesa Roya Pádel, el ruido que se genera depende de muchas variables, especialmente de los materiales de la pala (madera, titanio, fibra de carbono, etcétera) y de la fuerza ejercida por el jugador en el momento del revés. 

Javi, cuarentón de la Seat, se desfoga los fines de semana en las pistas del Club de Natació Montjuïc. Juega en pareja.

…El expresidente de España José María Aznar, el jugador de fútbol Andrés Iniesta y el cantante David Bustamante también practican este deporte.

«Si pudiera, me largaba de aquí», se apena Pepita. 

Por algo los ingleses hablan de gale forcé winds y de sound strong wind.

El ululante silbido del viento que todo lo desbarata.

Jesús Martínez

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